La llave en la cerradura resonó
el aterrador eco de la casa vacía.
Gabriela finalizaba hoy sus vacaciones. El vehículo que la acompañaba al hogar rodaba frente al árbol seco de siempre. A modo
de bienvenida movía sus aterradoras manos.
Sus ojos recorrieron cada una de
las habitaciones. Eran como piezas de carne congeladas. Detenido el tiempo desde que ella
las abandonara en julio.
Se encontraba aún feliz. Rezumaba el tiempo bello y alegre de esas cuatro semanas. La no
prisa. El no espejo. Los no tacones. La no preocupación. Días llenos de abrazos y cariños. Tiempo de
caricias dulces de cuerpo y espíritu.
Se sentía motivada. Se sentía
creadora. Se sentía capitana de su vida.
En la cocina encontró una lista
de “Asuntos Pendientes para la vuelta”. Carajo pensó. ¿Quién se castiga asimismo con esta maldita bienvenida?
Terminó de colgar la tercera lavadora. La mesa del salón crujió.
Gaby suspiró. Su boca masticó unas
palabras:
Ha sido un sueño, no ha sido
real. Ésta sí es mi realidad.
Poco a poco aquel castillo de
naipes ilusionados parecía desmoronarse. Pensamiento a pensamiento se desvanecía.
Decidió poner fin a aquel
torbellino de ideas. Se concedió un rato de paz. Meditó. Diez minutos practicando una técnica sencilla. Su mente calmó. Sus labios se dibujaron en
una breve sonrisa. Su cuerpo pareció retomar las vacaciones. Y unas palabras resonaron en su
conciencia, altas, claras, rotundas,
sin posible lugar a dudas ni a
especulaciones.
Tu vacaciones no fueron un sueño. Es vida. Sólo vives si te sientes feliz.
Realmente comenzaste a soñar justo al entrar en tu casa.
Sólo debes elegir, vivir o soñar que estás viviendo.
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